martes, 24 de diciembre de 2013

Xanadú en una bola de cristal

Siempre que llega la Navidad uno recuerda con cariño su infancia intentando no caer en la nostalgia. Todos recordamos algún momento de la niñez relacionado con este tiempo, tenemos grabado algún juguete que nos encantó o esa indescriptible sensación de impaciencia y misterio, casi miedo, que nos producían esos seres tan poco comunes que traían nuestros regalos a casa. Y sobre todo, uno recuerda la aparente normalidad de tenerlo todo y ser completamente feliz. En mi Navidad, como en la vuestra -seguro-, están todos esos recuerdos y sensaciones. Quizá son el único paliativo que encontramos para soportar las ausencias de los amores que tuvimos. Ese mecanismo infantil que consiste en olvidarse del mundo y jugar, jugar, jugar es tan necesario como la experiencia. A menudo me repito que los remordimientos no sirven de nada pero sé que los más justos son quienes más los padecen. 
Yo quiero seguir durmiéndome con la sensación con la que me dormía de niña, sintiendo que cada día es un regalo y que de las decepciones también se aprende. Quiero la sorpresa y la ilusión de los ojos de un niño, no rendirme nunca. También quiero las heridas en las rodillas que producen los tropezones, incluso las regañinas de los demás. Quiero a los familiares muertos, con el mismo amor inmóvil que paró los relojes el día en que se fueron. 

Quiero todas esas cosas porque en mi infancia fui feliz.

"Ciudadano Kane", 1941 (Dir. Orson Welles)

"El señor Kane fue un hombre que tuvo todo cuanto quiso, y que lo perdió. Tal vez Rosebud fue algo que no pudo conseguir o algo que perdió".

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