viernes, 17 de julio de 2015

Vivimos igual que soñamos

"Tengo la sensación de que intento contarles un sueño, de que me empeño en vano, porque ningún relato puede proporcionar la sensación del sueño, esa mezcla de absurdo, sorpresa y aturdimiento con una estremecida rebeldía que lucha por abrirse paso, esa sensación de ser apresado por lo increíble que es la mismísima esencia de los sueños (...) No, es imposible; es imposible transmitir las sensaciones vitales de cualquier momento dado de nuestra existencia, las sensaciones que le confieren veracidad y significado, su esencia sutil y penetrante. Es imposible. Vivimos igual que soñamos: solos".

J. Conrad, El corazón de las tinieblas


(Wim Wenders, El cielo sobre Berlín, 1987)

lunes, 8 de junio de 2015

Et in Arcadia ego

Te encontré en la alameda, cuando ya la noche
se desmayaba entre los árboles.
Mi barco fondeó en el puerto, y yo me sentía
un ciego con hambre de carne y de luz. El cielo era un choto
que lloraba, rodeándonos. Amarré tu talle al pico
lacrimoso de la brisa, noté por la lengua el cuchillo de este amor
que desde entonces cava en mí sus pozos. Quédate quieta, dije.
No hables. Cállate. Me pareces una pastora de la jungla.
¿Dónde tengo las manos, mis manos que no siguen los renglones
de los astros? Llévame hasta el arroyo, hasta la menta que
crece en el bosque. Pon tu dedo en la luna y bórrala
con tu hermosura de cristal y azules. Y ven después, amor,
bebe mi sangre de avispero, siente los mundos que recorren
mis ojos cegados por las aguas.
Agolpé mis labios, tan resecos,
en tu nuca, un largo naufragio. Y sucediste en mí,
eras la garza submarina, eras la vida venciéndome despacio.
Pelo suave, entraña suave tan cercana, entreabierta caricia.
Unos dientes empedrando las sombras. Te deshice en mi piel
cuando sentí tu abrazo de calor y vino
llegándome hasta el fondo,
tan dentro como los huesos. Eras
de pan, dos sílabas desnudas
habitaban tu nombre, y yo, una estatua herida por el músculo.
Escarcha en la salina y pisada en la arena
que se cubre de pronto
de un vuelo de cenizas. Yo corrí como un río
que anida en el paisaje.
Estaba mi corazón ansiando tus dedos,
desollado por un dolor que nadie tiene.
Estaba mi corazón así, como una fruta
que mordías, como tierra de estrellas que, más tarde,
tú plantaste en la vida.

Ángela Vallvey


martes, 26 de mayo de 2015

Capítulo 59

Éste es el texto del quinto artículo, «La democracia como engaño», que Javier envió a España. La primera reacción fue de rechazo. Luego fue admitido, con la condición de que eliminara ciertas enojosas referencias a los medios de comunicación. «Creo que esta calificación —la democracia como engaño— se la escuché por primera vez a José Saramago, ese notable portugués que a veces imagina a partir de personajes imaginados por otros (digamos, sobre Ricardo Reis, uno de los tantos heterónimos de Pessoa). Le preguntaron qué opinaba de la democracia y respondió (aclaro que es una cita aproximada, ya que ni la grabé ni la vi reproducida en la prensa) que por lo general era un engaño. Como la amplia concurrencia susurró un estupor colectivo, Saramago fue desgranando su personal punto de vista. Como sus opiniones me impresionaron y de a poco las fui haciendo mías, aquí las adopto y amplío con mis propias palabras y no las de Saramago, quien sólo es responsable del puntapié inicial. »En apariencia todo está bien. Los diputados son elegidos por voto popular; también los senadores y las autoridades municipales, y en la mayoría de los casos, el presidente. [Los reyes en cambio, agrego yo, no son democráticamente elegidos, pero en compensación no mandan.] Sin embargo, quienes en verdad deciden el rumbo económico, social y hasta científico de cada país, son los dueños del gran capital, las transnacionales, las prominentes figuras de la Banca. Y ninguno de ellos es elegido por la ciudadanía. Aquí trepo con euforia al vagón de Saramago. ¿De qué voto popular surgieron los presidentes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Trilateral, el Chase Manhattan, el Bundesbank, etcétera? Sin embargo, es esa élite financiera la que sube o baja intereses, impulsa inflaciones o deflaciones, instaura la moda de la privatización urbi et orbi, exige el abaratamiento del despido laboral, impone sacrificios a los más para que los menos se enriquezcan, organiza fabulosas corrupciones de sutil entramado, financia las campañas políticas de los candidatos más trogloditas, digita o controla el 80% de las noticias que circulan a nivel mundial, compagina las más fervorosas prédicas de paz con la metódica y millonaria venta de armas, incorpora los medios de comunicación en su Weltanschauung. La clase que decide, en fin. »Lyotard inventó la palabra justa: decididores. Tal vez sea éste su mayor aporte a la semiología política. Deciden con estrategia, con astucia, con cálculo, pero también deciden sin solidaridad, sin compasión, sin justicia, sin amor al prójimo no capitalista. Por otra parte, deciden sin dar la cara. Lo hacen a través de intermediarios aquiescentes, bien remunerados, altos funcionarios de mohín autoritario; intermediarios que en definitiva son, en el marco de la macroeconomía, los macropayasos que reciben las bofetadas de ecologistas, sindicatos y pobres de solemnidad. Los ricos de solemnidad, en cambio, están más allá del bien y del mal, bien instalados en su inexpugnable bunker y/u Olimpo financiero. De los copetudos intermediarios se conocen idilios, cruceros del Caribe, infidelidades, Alzheimer, sida, bodas espectaculares, pifias de golf, bendiciones papales. Por el contrario, los dioses del inalcanzable Olimpo financiero sólo aparecen alguna que otra vez mencionados en la prosa esotérica y tediosa de esos suplementos económicos que el lector común suele desgajar del periódico dominical y arrojar directamente a la basura, sin percatarse de que en ese esperanto de cifras, estadísticas, cotizaciones de Bolsa y PNB, está dibujado su pobre futuro mediato e inmediato. »En ciertas y malhadadas ocasiones, cuando algún vicediós del Olimpo es rozado por denuncias de dolo harto evidente, el impugnado se resigna a cruzar el umbral penitenciario, sabedor de que al cabo de pocos meses, o quizá semanas, acudirán amigos, familiares o compinches, capaces de aportar los milloncejos necesarios para pagar la fianza que algún miserable juececito le exige si quiere recuperar la libertad y el goce de sus mercedes y su Mercedes. (Como dicen que dijo un notorio español que llegó a ministro, “en matemáticas no hay pecados sino errores”.) Pero a no confundirse. Ese trámite más o menos ominoso puede ocurrir con un incauto o insolente vicediós, nunca con un dios hecho y derecho».

Mario Benedetti, Andamios (1997)

domingo, 19 de abril de 2015

Nos va enseñando tanto la vida

La poesía, como el arte, conserva ese extraño y mágico poder que permite que siempre volvamos a ella con otros ojos; nuevos, distintos, más sabios quizá. Hoy comprendo mejor este poema de José Hierro, una lección de vida -quizá de muerte- que nunca llega tarde. 

Remordimiento

I

Inútilmente fui
recorriendo senderos
entre mármoles.
Luz
de prodigiosa hondura.
(Toda la noche había
llovido. Al clarear
cesó la lluvia. Nubes
navegaban el cielo;
nubes blancas.)
Inútil
fue recorrer senderos,
buscar tu nombre. Inútil:
no lo hallé.
Y recé una oración
por ti -¿por ti o por mí?
Después te olvidé. Sean
los muertos los que entierran a sus muertos
II
Estaba
tan olvidado todo!
Pero esta noche…
¿Por qué será imposible
verte de nuevo, hablarte,
escucharte, tocarte,
ir -con los mismos cuerpos
y almas que tuvimos,
pero con más amor-
uno al lado del otro…
(Ilusión descuajada
del espacio y del tiempo
lo sé para mi daño.)
Yo te hablaría lo mismo que hablaría,
si yo fuese su dueño
mi verso: con palabras
de cada día, pero
bajo las que sonara
la corriente fluvial
de la ternura.
Como se hablan los hombres,
conteniendo las ganas
de llorar, de decirse
‘te quiero’. Sin llorar
ni decirse ‘te quiero’,
que es cosa de mujeres.
Qué quedaría entonces
de ti, después de tantos
años bajo la tierra.
Dónde hallarte – pensé
aquel día. No estamos
jamás donde morimos
definitivamente,
sino donde morimos
día a día.
III
Pero esta noche…
Te abrazaría, créeme,
te besaría,
te daría calor,
te adoraría. Haría
algo que es más difícil:
tratar de comprenderte.
Y te comprendería
te comprendo ya, créelo.
Nos va enseñando tanto
la vida… Nos enseña
por qué un hombre ve rota
su voluntad, y sueña,
y vive solitario;
por qué va a la deriva
en el témpano errante
arrancado a la costa,
y se deja morir
mientras mira impasible
cómo se hunden los suyos,
la carne de su carne,
su hermoso mundo…
IV
Son líneas sin sentido
éstas que trazo.
Yo mismo no comprendo
qué es lo que dejo en ellas.
Acaso sea música
de mi alma, arrancada
de modo misterioso
por tu mano de muerto.
Tu mano viva.
Yo pensé en ella, pero
era una mano muerta,
una mano enterrada
la que yo perseguía.
Inútilmente fui
buscando aquella mano.
Se estaba convirtiendo
en festín de las flores.
En vaho tibio para
empeñar las estrellas.
En luz malva y errante
que da su son al alba.
Estaría mezclándose
con la tierra materna.
Se hacía mano viva:
lo que es ahora.
V
Te abrazaría, créeme.
Te daría calor.
Te comprendo ya. Entonces
no era tiempo. Fue un día
de septiembre, en Ciriego,
-un cementerio que oye
la mar- el año mil
novecientos cincuenta.
Cuando vivías, eras
un extraño. Aquel día
entre mármoles, fui
buscándote, tratando
de comprenderte. Sólo
esta noche, de modo
inesperado, al fin
he comprendido.

Tarde,

para mi daño.

viernes, 27 de marzo de 2015

Realimentar

"Al ofrecer lo que uno ama uno vuelve a tenerlo renovado e intacto a través de la frescura de novedad absoluta con que lo recibe quien acepta el regalo".
(Antonio Muñoz Molina, Ventanas de Manhattan)


miércoles, 25 de marzo de 2015

Wavelength

Definition of wavelength in English:

noun


1
Physics The distance between successive crests of a wave, especially points in a sound waveor electromagnetic wave:
[COUNT NOUN]: a range of wavelengths[MASS NOUN]: an increase in wavelength(Symbol: λ)
1.1
A wavelength as a distinctive feature of radio waves from a transmitter.

2
A person’s ideas and way of thinking, especially as it affects their ability to communicate with others:
when we met we hit it off immediately—we’re on the same wavelength




Canciones


"Pedían las mismas canciones que nosotros deseábamos escuchar, algunas de las cuales nos habíamos regalado el uno al otro, porque también las canciones pueden ser regalos intangibles del amor, revelaciones decisivas como la de una palabra dicha a tiempo, una promesa o una confesión (...) Las canciones no hablan de quien las ha compuesto y ni siquiera del que está tocándolas sino de quien las escucha, de quien se reconoció en una de ellas nada más descubrirla y se vio comprendido y explicado por la forma pura de la melodía, por esas palabras que ya le pertenecen incluso cuando sólo las ha comprendido parcialmente".
("Ventanas de Manhattan", Antonio Muñoz Molina)


viernes, 20 de marzo de 2015

Ventanas

"Hay lugares de la ciudad que uno descubre por sí mismo en sus caminatas solitarias y otros que le son revelados como un regalo generoso de la amistad o el amor. Se puede regalar lo que uno más ama, cierta perspectiva al fondo de una calle, un parque pequeño junto a un puente, un café, un club de música, hasta un instante de la luz. Ese regalo intangible enriquece a quien lo ha hecho y se vuelve un tesoro enaltecido por el agradecimiento para el que lo recibe, en un recuerdo y también en la posibilidad de otro regalo. En el lugar estará siempre quien nos lo descubrió y el momento de nuestra vida en el que gracias a su mediación lo conocimos". 

("Ventanas de Manhattan", Antonio Muñoz Molina)


Últimas tardes con Teresa

"...ahora yacía al sol sobre una gran toalla de colores que no era suya, como tampoco era suyo el slip que llevaba, ni las gafas de sol, ni los cigarrillos que fumaba, siempre como si viviera provisionalmente en casa ajena: ¿qué haces tú aquí, chaval, qué esperas de esa amistad fugaz y caprichosa entre dos estaciones, como de compartimiento de tren, sino veleidades de niña rica y mimada y luego adiós si te he visto no me acuerdo? Sólo por verla así, caminando despacio, semidesnuda y confiada, destacándose sobre un fondo de palmeras y selva inexplorada -¿acaso no era la isla perdida este verano?- valía la pena, y era suya, suya por el momento más que de sus padres o de aquel marido que la esperaba en el futuro, más suya que cualquiera de los muchos amantes que pudieran adorarla y poseerla mañana. La colección particular de satinados cromos se abrió en su mano como un rutilante abanico: él y ella perdidos en la dorada isla tropical, solos, bronceados, hermosos, libres, venturosos supervivientes de una espantosa guerra nuclear (en la que desde luego y justamente hemos muerto todos, lector, esto no podía durar) construyen una cabaña como un nido, corren por la infinita playa, comen cocos, pescan perlas y coral, contemplan atardeceres de fuego y de esmeralda, duermen juntos en lechos de flores y se acarician y aprenden a hacer el amor sin metafísicas angustias posesivas mientras la porquería de la vida prosigue en otra parte, lejos, más allá de esta desvaída soltura de miembros bronceados (Teresa seguía avanzando perezosamente sobre la arena, hacia él) que ahora se arrastra con un ligero retraso respecto a la visión, con una languidez abdominal que se queda atrás: la sugestión de no avanzar en medio del aire caliginoso, una dolorosa promesa que arranca de sus hombros y se enrosca en sus caderas y se prolonga cimbreante a lo largo de sus piernas para fluir, liberada, derramándose como la luz, por sus pies, hasta el último latido de cada pisada". 


(Juan Marsé, Últimas tardes con Teresa)




miércoles, 18 de marzo de 2015

Conspiración


They loved each other, not driven by necessity, by the “blaze of passion” often falsely ascribed to love. They loved each other because everything around them willed it, the trees and the clouds and the sky over their heads and the earth under their feet.
— Boris Pasternak, Doctor Zhivago.

Fotografías antiguas de animales

April, 1961
Fritz, a television celebrity bulldog, is shaved by a Californian barber.


                                                                                1900s
Max J. Engle and his dog Carlo. P
This photo was taken to commemorate a trip made from Buffalo to NYC. Max lost his legs in an accident on the D. L. & W Railroad in 1890. At the time of this photo, Carlo had been pulling this cart for five years.


Date unknown
A crow tucks a little boy into bed.


                                                                                  Mid 1950s
Note the cat on his lap.
From the submitter: “I hooked a coat hanger over his collar to form shoulders, and newspaper stuffed into his trousers.”


Date unknown
A boy boxes a dog.


1958
Model Monique Van Vooren bowling with a kangaroo.


                                                                      Date unknown
A woman consoles a orangutan on a cruise ship.


Date unknown
A little person dances with a black cat.


1905
"Tommy Atkins." The name being a sort of generic, John-Doe-type moniker for a British soldier. 


1909
Postcard from South Dakota.


Date unknown
Kitten in spaghetti


1945
Russian soldiers sleeping with a puppy in Prague during World War 2.


                                                                     Date unknown


1954


Date unknown
"My Great Aunt Nancy and her brother John took these photos. Nancy’s photos appeared occasionally in the New York Times, and now the majority of her collection resides in the North Dakota State Heritage Center in Bismarck, ND. She was an amazing woman who rode a motorcycle and ran a farm in the days when women weren’t supposed to do either."