El frío cala nuestros
huesos avisándonos de que el invierno no perdona y empujándonos al
amparo de los abrazos. También Jesucristo debió sentir el mismo
frío aunque los estudiosos de la Biblia ni siquiera crean que haya
nacido en diciembre ni que hubiese mulas o bueyes en aquella posada.
Ni San Mateo ni San Lucas hablan de toda esa parafernalia que la
tradición ha impuesto. Hace una semana el Papa era trending topic
por haber escrito lo que hace siglos está sembrado en tinta. Noviembre se
agota hoy y Gaza sigue siendo una herida abierta en la faz del
planeta, Palestina sangra a manos de sionistas judíos que en nombre
de la religión profanan la libertad; la misma religión a la que
pertenecía el hijo de un Dios. Jerusalén amurallada contempla la
barbarie y un Nobel de la Paz, primer presidente afroamericano de los
Estados Unidos de América, no reconoce el Estado de Palestina como
miembro observador de las Naciones Unidas. Hamlet se sumerge en la duda de las
palabras a las que al final vencerá el silencio: “the rest is
silence”. Segismundo, en su torre, contempla el gran teatro del
mundo (1) en el que toda
la vida es sueño. Yo, mientras tanto, me sacudo las verdades que saltan desde las miradas de los demás. Y sigo soñando.
¿Qué
es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una
sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la
vida es sueño, y los sueños, sueños son.
(Pedro
Calderón de la Barca,
La vida es sueño, 1635)
(1) Pedro Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, 1655
Esta frase
es un memento mori, un tópico del arte y la literatura que incide en
la fugacidad de la vida y la presencia de la muerte. Literalmente
memento mori significa: "recuerda que morirás". Esta idea
de la fugacidad de la vida se conjuga sustancialmente con la de la
Arcadia. Vayamos por partes."Et in Arcadia ego" se traduce
literalmente por "también yo en la Arcadia (estoy)" o
"incluso en la Arcadia (estoy) yo". Originalmente se cree
que el primero en hablar de la Arcadia fue Virgilio en las Bucólicas
tratándola como un lugar de la Grecia continental de paisajes
idílicos y paradisiacos. Esta idea tiene gran calado en la mitología
clásica debido a lo que los antiguos dieron en llamar la Edad de
Oro, una época que se encontraría en los albores de la Humanidad en
la que todo era puro, inmortal y utópico. Al hilo de la Edad de Oro
os recomiendo el poema de Agustín García Calvo, El mundo que yo no
viva, también musicalizado por Amancio Prada y Mª Dolores Pradera,
donde se atisba precisamente ese mundo idílico en el que nada cuesta
esfuerzo y el hombre tiene todo lo que necesita de la tierra. En el
citado poema, se da un giro final inesperado y precioso en el que
este mundo perfecto que se describe es hallado hundido en las pupilas
de la amada. Os dejo la canción por si os apetece disfrutarla:
Volviendo al
tema que nos ocupa, es evidente que por su situación real geográfica
la Arcadia no podía ser como lo es por convención literaria o
artística. La idea de la Arcadia imaginaria tiene amplia repercusión
durante el Renacimiento y será Giacomo Sannazaro en su obra Arcadia
(1504) quien consolide la percepción de la Arcadia como lugar
idílico y perdido, como si de la Atlántida platónica se tratase,
recordado con cierta melancolía. En 1598 será Lope de Vega quien a
imitación de Sannazaro compile algunos de sus poemas y los
reestructure en una obra homónima de gran repercusión y éxito en
la época según atestiguan las ediciones realizadas.
En el ámbito
pictórico este tema será abordado por Guercino que pintará entre
1618 y 1622 su particular visión del tópico del memento mori en una
pintura donde aparece la inscripción Et in Arcadia ego debajo de un
cráneo que no viene más que a realzar la idea de la fugacidad de la
vida.
Será
Nicolas Poussin (1594-1665) quien continúe por esta senda y pinte
dos cuadros distintos con la misma temática. En el primero de ellos
(Pastores de la Arcadia, Les Bergers d'Arcadie ca. 1628-1630) pintará
a unos pastores y una dama cuyo rostro se muestra tranquilo y
sosegado ante una tumba en un lugar luminoso y apacible. La calavera
original de Guercino ha desaparecido y con ella la tenebrosidad que
la rodeaba. La inscripción se halla en la tumba.
El segundo
lienzo de Poussin del mismo nombre fue pintado en 1637 y 1638 y
representa también a tres pastores y una dama idealizados ante una
tumba con la misma inscripción (Et in Arcadia ego).
Sea como
fuere, ambos ponen de relieve la dicotomía entre un mundo idílico,
perfecto y la presencia de la muerte "incluso" allí, en
ese mundo. Como veis, este tópico del memento mori guarda íntima
relación con el Carpe Diem.
Es
inevitable no pensar en una pintura un poco posterior, en concreto
del Barroco español, que tratará los mismos temas. Pero ésa la
dejaremos para el próximo post, para no aburrir.
A modo
anecdótico, el primer capítulo de la novela de Evelyn Waugh,
Retorno a Brideshead se titula "Et in Arcadia ego", donde
el protagonista regresa al lugar donde vivió la felicidad de su
juventud. Esta novela también ha sido llevada al cine y a la
televisión.
viernes, 23 de noviembre de 2012
Sabor y saber
Sé que la infancia es un recuerdo, que
la patria es un invento y que el amor es eterno mientras dura.
Sé pocas cosas pero sé lo que me
gusta.
Me gustan los soñadores, las
utopías y los columpios.
Me gustan los dientes sanos y las
orejas limpias.
Me gustan las manos de la gente pues
son quizás la parte de nuestro cuerpo que más vemos a lo largo del
día y la que más nos individualiza después del rostro. Las manos
son capaces de lo mejor y también de lo peor.
Me gustan los regalos sin fecha en el
calendario.
Me gusta la música de Springsteen y
Van Morrison.
Me gusta el cine, el arte y la
literatura.
Me gusta callejear y los paseos con mi
perra.
Me gusta que me toquen el pelo y que me
abracen.
Me gusta la ropa sencilla, el vino y el
café.
Me gusta viajar.
Me gusta la nariz de mi abuela y el
recuerdo de mi abuelo.
Me gusta volver a casa y los mimos de
mi madre.
Me gustan los gatos, su libertad y
curiosidad, su vaga prudencia.
Me gustan mis amigos, las tardes de
verano y las hojas en otoño.
Me gustan los niños educados y
risueños.
Me gusta el color negro aunque para
algunos ni siquiera sea un color.
Me gustan los pueblos y sus gentes.
Me gusta aprovechar lo que las ciudades
me ofrecen pero sólo de paso, no para quedarme.
Me gustan los museos y el teatro.
Me gustan las personas discretas y
misteriosas.
Me gustan todas las películas de Clint
Eastwood; Ciudadano Kane y el misterio de Rosebud; Cinema Paradiso y
los recortes de los besos que no nos dimos.
Me gustan las pulseras y los relojes
unisex.
Me gusta el sexo, mucho.
Me gusta el olor de los libros y del
pan recién hecho.
Me gusta mi hermano y las canciones de
Silvio.
Me gustan los pájaros fuera de las
jaulas.
Me gustan las revoluciones y el cambio.
Me gustan los bocadillos de nocilla de
después del colegio.
Me gustan las luciérnagas y el viento
de septiembre.
Me gustan las guitarras Fender y las
Gibson.
Me gustan los tirantes y los sombreros.
Me gusta besar y que me besen porque
“cada
beso perfecto aparta el tiempo, le echa hacia atrás, ensancha el
mundo breve donde puede besarse todavía”. (1)
Me
gusta andar descalza sobre la hierba.
Me
gusta el miedo de sentir que estoy viva y pensar que “hoy es
siempre todavía”. (2)
Me
gusta el olor a castañas asadas que inunda las calles viejas en
invierno.
Me
gusta quedarme dormida en el sofá.
Me
gusta el balonmano, por las personas que me ha regalado y porque es
un juego, al fin y al cabo.
Me
gustan las playas y el rumor del mar.
Me gusta coger la harina con las manos.
Me
gusta el Renacimiento y todo lo que nos ha enseñado.
Me
gusta la política si hace honor a su etimología.
Me gusta el escepticismo y el ateísmo.
Me gustan las personas generosas.
Me
gusta pensar que tal y como llegamos nos iremos y que lo único que
tenemos es este breve y fugaz instante que es nuestra vida entera.
Me gusta esta canción
He
aprendido a esperar y a desesperar, a que las cosas cuestan esfuerzo
pero que el dinero puede comprarlo casi todo.
He
aprendido que el amor nace, no se hace.
He
aprendido que la felicidad sólo se disfruta si se tiene a ratos.
He
aprendido a seguir los impulsos, pues de ellos surgen las cosas
verdaderas.
He
aprendido a hablar sólo cuando tengo cosas que decir.
He aprendido a tener cerca a las personas que me importan y que me aportan.
He aprendido a extrañar a los que no volverán.
He aprendido a no guardar nada para mañana.
He
aprendido que todo se puede evitar hasta que llega lo inevitable.
Y
de todas estas cosas, he aprendido la más terrible,
Anoche pusieron una película en La 2 que no pude ver porque llegó una visita. Sin embargo, cuando esta visita se fue enganché con el coloquio habitual de Versión Española conducido por Cayetana Guillén Cuervo y me enganchó. De hecho, hoy me he pasado la tarde leyendo a Proudhon. Dicho coloquio contaba con la escritora Clara Sánchez y un psicólogo, Rafael Manrique, experto en terapias de pareja y Doctor en la Universidad de Cantabria. Las reflexiones que hacía éste último me parecieron interesantísimas. Una de ellas era que a sus clientes siempre les decía que debían buscar una pareja para casarse que resultase ser un o una buena ex porque iba a ser inevitable que terminasen de otra manera. Decía que nos enamoramos en momentos determinados de nuestras vidas en las que nuestros gustos e inquietudes coinciden con las de la otra persona pero que inevitablemente e inherente a la condición humana y psicológica de las personas, con el paso del tiempo cada persona cambia y descubre nuevos intereses o simplemente sus gustos comienzan a diferir de los del otro. Sobre el matrimonio decía que era una especie de contrato y de renuncia del amor a largo plazo basado en un objetivo enfocado en la procreación y la herencia o el legado (en especial de las clases burguesas) y que tener una familia consiste en eso, en la renuncia de estar enamorado, del amor apasionado. La película, Mujeres en el Parque (Felipe Vega, 2006) a su vez desmontaba los mitos del amor basado en la confianza y transparencia, en contarle todo al otro que nos vende el cine americano y describía relaciones de pareja "más reales" en las que cada uno tiene sus escondrijos, sus secretos, cosas que no cuenta a nadie. Se citaban además otras películas del drama amoroso como Casablanca (Michael Curtiz, 1942), Breve encuentro (David Lean, 1945) o Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995) que tienen en común esa renuncia de la que Manrique hablaba; todos sus personajes viven amores apasionados y todos ellos renuncian a ellos por el qué dirán, por el matrimonio, por la familia, la estabilidad y todas esas cosas sacrosantas que nos ha vendido la encorsetada ideología cristiana y en especial el cine americano por tradición. Por supuesto, para Manrique esto era una equivocación. Me parece acertado recordar el leitmotiv de la película de Lean, las citas de los amantes se dan en una estación de tren, lo que incide en la popular idea de los trenes que pasan y de las oportunidades perdidas. Eastwood por su parte pone en boca de Robert Kincaid estas palabras con un juego de sombras en la escena brutal: "Solo lo diré una vez, no lo había dicho nunca antes, pero esta clase de certeza se presenta solo una vez en la vida". La conclusión de todo esto es que la familia es incompatible con estar enamorado. Hay que elegir entre una cosa o la otra y, si eliges el estar enamorado, saber que no tiene por qué ser para siempre, es más, es probable que no lo sea. Recuerdo un poema de García Montero que leí hace tiempo, donde citaba unos versos de otro poeta catalán, Joan Margarit:
"Trirt el qui mai no ha perdut per amor una casa"
García Montero escribe lo siguiente: "Nada sabe de amor quien no ha perdido por amor una casa, una hija tal vez y más de medio sueldo, empeñado en el arte de ser feliz y justo, al otro lado de tu voz, al sur de las fronteras telefónicas".
Recomiendo un ensayo del sociólogo francésPierre
Joseph Proudhon, controvertido y polémico pero del que se puede sacar mucho jugo, Amor y Matrimonio. Hemos elegido esta definición que da del amor el autor francés:
"El amor es un movimiento de los sentidos y del alma, que tiene su principio en el celo, fatalidad
orgánica y repugnante, pero que, transfigurado en seguida por el idealismo del espíritu, se
impone a la imaginación y al corazón como el mayor y el único bien de la vida; un bien, sin el
cual la vida sólo aparece como una larga muerte".
Por cierto, el poema de Luis García Montero se titula Merece la Pena.